viernes, 14 de junio de 2013

Realidades

La realidad está constituida por varias subrealidades inexistentes. La realidad que nos hacen creer, la realidad que pasa a través de nuestros ojos y la realidad subjetiva, que es la de la mente. Y bien, ¿cuál es la realidad definitiva? cada criatura ve la realidad modelada por el capricho de los ojos, y contaminada con las inmundicias del subconsciente. De esta manera, lo que es real es tan relativo como lo irreal. Todas estas realidades conviven encadenadas la una a la otra,  de manera que si una se desmorona, la realidad deja de ser objetiva en sí misma. Es decir, cuando una persona es consciente de un hecho del pasado, pero nadie más es sabedor del mismo, cuando esta persona muere, un pedazo de realidad se va con ella a la tumba, y tenemos así una laguna en la realidad. De esta manera se puede deducir que la realidad sólo existe porque nosotros creemos en ella, de modo que si dejásemos de hacerlo, quedaríamos suspendidos en un vórtice de caos. Todo esto es por consiguiente, la explicación de que todo existe porque nosotros queremos que así sea. Si yo tengo un dado en la mano y no creo en él, ese dado deja de existir en mi realidad subjetiva. Si nadie en todo el globo terráqueo cree en ese dado, el dado deja de existir en la realidad subjetiva y en la que nos hacen creer, de manera que por eliminación desaparece de la tercera realidad, ya que se sustentan la una a la otra. Así pues, la realidad, al igual que todo, existe porque creemos en ella, valga la redundancia. La locura individual es la ausencia de realidad subjetiva, la locura general llega cuando se produce la ausencia de la realidad que nos hacen creer. No quiero saber qué puede ocurrir cuando la realidad se desmorone por completo.

domingo, 21 de abril de 2013

Silencio.


Estoy sentado en la oscuridad, completamente sólo. Silencio. Ni un sólo acorde, ni el silbido del viento, nada. Mis pensamientos se acostumbran a la calma. El beso de la locura hace mella en mí, los recuerdos, llegan atropellados a mi mente, seduciendo a la nostalgia, acariciando mis suspiros. Una estrella rebelde brilla sola en el firmamento, entona una triste balada, las nubes no se mecen en el cielo, la noche me arropa. el cielo, vestido con un atractivo vestido moteado con lágrimas. Una explosión de diminutas ánimas nos vigilan con sutileza, indagan nuestros secretos más profundos, sesgan nuestros sentimientos y nos hacen suspirar. El modesto cántico de una joven se cuela a través de mi ventana, penetra en mis oídos, mares de sensaciones acarician  el pálido rostro de la desesperación, gritos ahogados colman de soberbia la maldad del oscuro silencio. las lágrimas se mecen en el rostro sediento de la maldad. Me siento mecido por la cálida panacea del último sueño, del último silencio, el más puro de los silencios.

Día 1: otro amanecer.


Fuera, la arena golpea furiosamente las ventanas que aun estando tapiadas con putrefactos pedazos de madera, dejan pasar el terror que asola en las calles. Mi nombre no es importante, en realidad, ni siquiera lo recuerdo. No soy consciente del paso del tiempo, hace años que no veo el agua caer del cielo, los torrentes de agua formados en el lateral de una carretera después de una noche de tormenta, los niños jugando con barcos de papel, las estrellas que antaño explotaban en el firmamento. Ahora todo eso es un absurdo cuento de hadas. La realidad que acontece es triste, irreparable. La locura y el miedo alzan su bandera en esta tierra seca y agrietada, en la que el agua potable es un bien escaso. A veces observo largo y tendido entre las pequeñas grietas de la madera de mis ventanas, buscando un indicio de vida, algo a lo que agarrarme, algo por lo que valga la pena existir. Aún queda vida, claro, pero no de la que yo busco. Lo que ahora puebla las montañas, los bosques e incluso los océanos, parece salido de una pesadilla, una aberración sacada de los delirios de una mente enferma. Seres sin alma, sin sentimientos y sin ninguna clase de humanidad que avanzan sin rumbo alimentados por el deseo de segar las inocentes almas que luchan por ver un último amanecer sobre este desolado lugar. Yo tuve suerte, cuando ocurrió El Incidente, yo caminaba a lo largo de una calle que ahora se ha convertido en mi prisión. Mi hija de seis años caminaba a mi lado, sujeta de mi mano, confiando en que nada podía pasarle, su mirada inocente me perfora el alma cada vez que cierro los ojos. Yo caminaba preocupado por esas tonterías de la vida diaria: el trabajo, la preocupación por no saber a qué hora libraba, la discusión matutina con mi mujer... Ahora que echo un ojo atrás, con tristeza, me siento estúpido por no haber visto lo que siempre estuvo delante de mis narices. La vida es más que un par de horas extra y un desayuno mal digerido a causa de una riña. Ahora nada importa.Mi hija me miraba cuando brilló la primera luz, luego la sucedieron más luces a lo largo del horizonte. La gente comenzó a correr desesperada, el viento comenzó a soplar con violencia, recuerdo que el movimiento de mi corbata golpeaba a mi hija en el ojo, pero a ella no le importaba, porque estaba concentrada en la luz. A mí siempre me hicieron creer que los niños no tienen capacidad de sorpresa, que todo es nuevo para ellos, que sólo los adultos adquirimos esa capacidad cuando creemos haberlo visto todo. Mi hija no era distinta, gracias a esa falta de capacidad de sorpresa, no acabó como los demás. Volvimos a casa, tapié rápidamente las ventanas, ya que en estos casos de desesperación la gente se desprende de su humanidad y el mundo se vuelve un lugar de locos, ladrones y matones. Me quedé abrazado a mi hija, ella no entendía nada pero no parecía asustada. sin embargo yo me encontraba atónito. Finalmente opté por levantarme y mirar por el visillo de la puerta. No me salen las palabras para describir lo que ocurría ahí fuera, ningún cerebro racional está preparado para asimilar semejante información. Mis pupilas se dilataron, se me aceleró el pulso, mis manos comenzaron a temblar con violencia, quería gritarle a mi hija que se tapara los ojos, pero de mi garganta sólo salió un ridículo silbido. Sentí que me faltaba el aire, me tambaleé sobre el habitáculo y finalmente me desplomé sobre el suelo. Lo último que recuerdo antes de perder el conocimiento fue la inocente mirada de mi hija.Cuando desperté unos días después, aunque no estoy seguro del tiempo que duró mi letargo, mi hija ya no estaba. Recuerdo que me dolía mucho la cabeza. Entonces todo lo sucedido anteriormente entró en mi cabeza con violencia, los recuerdos me hicieron gritar de desesperación mientras me golpeaba la frente con las palmas de las manos. No conseguí pensar con claridad, no entendía por qué mi hija no estaba, no entendía qué eran aquellas luces y no quería pensar en lo que vi al otro lado de mi puerta. Pasaron las horas, los días y las semanas. La luz y el agua terminaron por dejar de funcionar. La televisión y la radio murieron desde el primer momento. Al final comencé a salir mediante pequeñas incursiones exploratorias. Mi aspecto era terrible, mi ropa hecha jirones, mi barba sucia y mi pelo grasiento. Primero visité las tiendas, pero como era de esperar ya estaban saqueadas. encontré un almacén subterráneo que abastecía a un supermercado, gracias al cual ahora estoy vivo. Ha pasado mucho tiempo, y algún día tendré que salir de aquí, de esta ciudad fantasma en la que estoy confinado, algún día saldré en busca de respuestas, y con mucha suerte, de esperanzas. Hasta entonces me hallo encerrado en esta ciudad devastada por la locura y el dolor, observando los horrores de este mundo podrido. Mientras pueda, me quedaré sentado, con los ojos cerrados y siendo torturado por una mirada llena de inocencia.