sábado, 26 de mayo de 2012

La noche.

Adoro la noche. La noche es poética. la noche hace visibles las 
estrellas, que son almas bailarinas fundidas en la oscura distancia.
Almas que te recuerdan tu pasado, almas, que sin malas intenciones
atraviesan tu corazón dejándote sumido en el más profundo de los 
delirios. Un delirio tan doloroso y a la vez tan dulce que te atrapa, te 
absorbe y te lleva épocas lejanas, hace que el tiempo se cierre en tu 
mente y da lugar a mundos de deseos, mundos de ilusiones y 
esperanzas que se evaporan con el primer destello del alba,  
haciéndote saber que jamás serán sentenciados, pero que a su vez, 
siempre serán recordados.




Soledad.

La soledad arrecia. Chirivitas centelleantes de culpabilidad rodean mi alma. Placeres inocuos, ilusiones que se evaporan en un instante. Ojos que aguardan serenos la llegada del llanto. 
La locura, que te invita a bailar con ojos que demuestran lascivia. Gritos lastimeros que no cesan, el deseo de volver atrás hiere mis entrañas. La tristeza se vuelve seductora. 
El futuro, ante mis ojos, se torna oscuro. Cada paso que doy me guía al precipicio. Ofrecerle mi alma al diablo, aunque sucia, no merece otra cosa. El recuerdo de tiempos mejores sesga mi mente. 
Cada noche, una muerte. Busco esa luz cegadora y hermosa que me indique que las cosas cambian, pero cada día, todo se oscurece, más y más. Se quiebra el ocaso. 
Miro adelante, fuego en el estómago, ira en mis ojos. Estoy perdido, y ya no existen caminos.