Amor, palabra sencilla y
compleja al mismo tiempo, ¿pues no es el amor un eterno juego de
azar y contradicción? Una partida de sentimientos que casan y
compiten entre sí a cada instante, el equilibrio en la adversidad.
El amor es el inagotable oscilar del péndulo humano, el motor del
éxito y la felicidad. El amor se encuentra atrapado en cada sonrisa,
en cada gesto amable, en cada muestra de humildad. Acariciar con
suavidad las curvas de tu espalda, abrigados bajo una tenue luz en la
oscuridad, eso es el amor. Enterrar los pies en la fría arena
virgen, bajo un manto de estrellas que explotan en el firmamento. La
soberbia de tus gestos, el milagro de tu desnudez. El inconquistable
secreto de tu conciencia, tu espíritu ingobernable. Eso, sin ninguna
duda, es el amor.
Una virtud abstracta que alza
su estandarte en nuestra existencia, y se refleja en lo genuino, en
quienes irradian pureza y bondad. Hay quienes dicen que la felicidad
está hecha del material con el que se teje el amor. Yo encontré la
felicidad en la forma de una incógnita, que atrapa hasta el último
de mis sentidos, que dilata mis pupilas cuando huelo su aroma. Una
incógnita que endulza mis oídos y humedece mis ojos a cada palabra
que pronuncia, que ondea su melena al viento y reluce hasta el punto
de enmudecer al sol.
Su cuerpo de porcelana y su
mirada ardiente, su piel delicada y su figura firme, no son más que
un hermoso caparazón que encierra lo más genuino, único e
incomparable que calquiera pueda soñar. Mi único deseo es continuar
admirando a esta incógnita, tratando humildemente de encontrar
significado a tan inenarrable perfección.
Una incógnita con nombre y
apellidos a la que prometí dedicar mi tiempo y esfuerzo, ¿pues no
es a caso la vida una eterna búsqueda de respuestas?
El Último Delirio
Piensa, luego existe.
sábado, 7 de febrero de 2015
viernes, 13 de junio de 2014
Autorretrato
La
brisa nocturna se mezclaba con el pesado rumor que recorría la ciudad
y atravesaba avenidas y callejones, mezclándose con el olor a
humedad que reinaba en las calles y se colaba a través de las
ventanas de los edificios, en aquella polis que se vencía bajo el
peso del sueño, al abrigo de la madrugada y las estrellas que
explotaban en el firmamento, y se sumergía en un profundo letargo
dejando aquella ciudad en un silencio acompañado únicamente por el
canto de los grillos.Acompañado por ese
silencio y sumergido en sus pensamientos caminaba Church a través de
aquél callejón por el que siempre atajaba al volver del trabajo.
Volvía a casa como cada noche, dejando atrás aquél callejón con
la indiferencia habitual, esa indiferencia que le impedía fijarse en
los detalles del transcurso de su vida, esos detalles que, en su
ausencia, le hacían sentirse atrapado en una existencia efímera.
Una existencia que en ocasiones, frente a su televisor y con una
botella de Bourbon en la mano, se le presentaba banal y carente de
sentido. Sin embargo, por algún azar del destino, quizá por el
capricho de la suerte, esa noche su mirada, que se paseaba por los
muros infinitos de aquél callejón, se topó con unos ojos
profundos, distantes e indiferentes, en la superficie de un rostro
amargo y marcado por el inexorable paso de los años. Church lo vio
salir por una de aquellas puertas que había barrido con la mirada
una y otra vez durante incontables noches de su vida, siempre
encerrado dentro de aquél proceso errático, aquél círculo vicioso
en que se convertía su existencia según pasaban los años. El hombre
lo miró de manera fugaz, casi imperceptible, y siguió su camino con
lentitud pero con decisión.La llama de la
curiosidad se prendió en las entrañas de Church. Se sintió
despertar. aquél sentimiento infantil, un sentimiento primario que
le impulsaba a saber más, a formular preguntas y a exigir
respuestas.Pero tenía
obligaciones, y lo sabía. Llega una edad en la que ves las cosas con
una perspectiva más externa, más allá del egoísmo. Esa perspectiva
que diferencia a un niño de un adulto.Tenía que volver a
casa, tenía que besar a su mujer, acostar a su hija y quizá se
permitiera una copa antes de meterse en la cama. Otra noche más.La mañana siguiente
comenzó como otra cualquiera. Como
siempre, Church se afeitó, se vistió con el uniforme de la empresa
y se dirigió a la cocina para degustar el festín de bacon y huevos
que su mujer le preparaba con cariño cada mañana. Besó a su hija
en la frente y le deseó una buena mañana en clase.
El día transcurrió sin
contratiempos ni emociones fuertes, pero en su cabeza únicamente
giraba una idea, la misma sucesión de preguntas sin respuesta con la
que se torturaba continuamente, impidiéndole concentrarse en su
trabajo. Jugaba con la misma idea una y otra vez, intentaba recordar
aquél sentimiento primario e infantil que lo invadió en la víspera,
satisfacer su curiosidad. Ni siquiera entendía la razón de esas
inquietudes, pero sabía que eran aquellos ojos... Había algo en
ellos, algo que era difícil explicar con palabras, ni siquiera
construir una idea clara. Pero estaba ahí.
Esa jugosa sensación lo
acompañó el resto del día, incluso cuando retornaba el camino de
regreso a casa. Volvió al mismo callejón, pero esta vez sin aquella
indiferencia que caracterizaba sus paseos de regreso a casa cada
noche. Esta vez estaba más atento, y la curiosidad crecía.
¿Volvería a suceder el mismo hecho aleatorio que anoche? Esperaba
que sí, porque por alguna razón, ese sentimiento abstracto que sólo
una profunda parte de su cerebro era capaz de explicarse, se
apoderaba de él. Conforme caminaba, sentía de nuevo la humedad de
la noche que ya se cernía sobre los edificios, las calles y las
avenidas.
Llegó al final del callejón y
sin dejar de caminar, su mirada escrutó de nuevo los muros del
edificio que tenía frente a él, y de memoria se fijó en la puerta
entreabierta de la que anoche surgió un hombre, un hombre de ojos
pensativos y rostro decaído.
Pero la puerta estaba cerrada.
Su decepción, que ahora pesaba sobre su estómago y le sacudía un
golpe de realidad, le obligó a continuar caminando a través de ese
camino tan conocido. Pero al llegar al final de la calle, escuchó
una puerta cerrándose suavemente. Lo escuchó de casualidad, porque
en ese preciso instante se había detenido para aplastar con la suela
del zapato la colilla que llevaba demorando desde hacía ya un rato,
porque de lo contrario apenas habría notado un ruido tan leve que
probablemente hubiera achacado a un sonido más de la noche. Se giró
sobre sí mismo y miró fijamente a la figura oscura que, cabizbaja y
con lentitud, avanzaba a través del mismo callejón que había
recorrido él hacía apenas unos segundos.
Mientras lo seguía con la
mirada, pensó en los caprichos del destino y en su histriónica
manera de desarrollarse. Dos sucesos completamente separados que se unen en el mismo espacio y tiempo, con una diferencia de segundos y
gracias a una oportuna casualidad.
Pensaba en todo esto cuando se
fijó en algo que ese hombre de aspecto mustio, que tan inexplicable
curiosidad había despertado en él, llevaba en la mano.
Era una rosa, una rosa recién
cortada. Intento recordar ese momento de la víspera que tantas veces
había recreado en su memoria, pero no recordaba que llevara ninguna
rosa entonces.
Como la duda y la incipiente
curiosidad lo embargaban, tomó una decisión.
Conocía sus responsabilidades,
y sabía que debía volver a casa, besar a su mujer, acostar a su
hija y, quizá, de nuevo, permitirse una copa antes de meterse en la
cama. Pero todo eso, sin razón aparente, no le pareció tan
importante. Su mujer no necesitaba ese beso de buenas noches,
¿verdad? Y su hija podría dormir sin su abrazo de despedida por una
vez. Así pues, más allá de lo que marcaba el raciocinio y la
cordura, comenzó a seguir a aquél hombre.
Atravesaron calles, cruzaron
carreteras, se perdieron entre aquél caos de civilización que
serpenteaba sin fin. Church se mantenía a una distancia prudencial,
sin dejar de mirar aquella rosa como si tratara de analizarla. Lo que
él no sabía era que dentro de su subconsciente, esa extraña
curiosidad que aquél hombre le transmitía, comenzaba a cobrar
sentido. Mientras caminaba, se daba cuenta de ciertos gestos, cierta
manera de caminar que por un instante efímero y apenas perceptible,
le recordaban a él mismo.
Entre tanto, mientras se hallaba
enfrascado en aquél torrente de pensamientos incoherentes, llegaron
a una zona boscosa que rodeaba la ciudad. Alzó la vista y se dio
cuenta de que a donde aquél hombre iba era al cementerio de la
ciudad.
Se tomó un momento para
replantearse el asunto antes de continuar, mientras veía al hombre
atravesar la entrada de aquél lugar tan lúgubre.
¿Qué demonios era todo esto?
¿por qué parecía que no podía controlar su necesidad de saber más?
¿tanta importancia tenía todo esto? Pensó que debía estar en
casa con su familia, quizá frente al televisor y, quizá, con una
copa que quizá se permitiera antes de acostarse.
Y en lugar de todo eso, se
encontraba ahí, aturdido, frente a un cementerio oscuro siguiendo a
un desconocido que, curiosamente, despertaba en él un sentimiento de
empatía inexplicable.
A pesar de todo, continuó, no
merecía la pena echarse atrás. Entró en la oscuridad, y pronto la
silueta del hombre se dibujó frente a una pequeña tumba que se
hallaba en el extremo más alejado del cementerio. ¿Qué debía
hacer ahora? Lo había estado siguiendo conducido por un impulso,
pero no había pensado en qué hacer si se paraba, si entraba en
algún edificio o sí, muy improbablemente, se metía en algún
cementerio oscuro a avanzadas horas de la madrugada, a arrodillarse
frente a una tumba y a colocar la rosa que había llevado en la mano
durante todo el trayecto.
Finalmente se quedó quieto,
callado, abrazado por la densa oscuridad mientras observaba la escena
que se desarrollaba frente a él. El hombre, que hasta ahora había
conservado el mismo gesto entristecido, se cubrió el rostro con las
manos y comenzó a llorar desconsoladamente.
Church estaba aturdido.
Escuchaba el viento acariciar las hojas, meciéndose en una suave
danza y las brisa nocturna llenó sus pulmones. Pronto, una
inesperada melancolía encarnó todo su ser. Cuanto más observaba al
hombre, más le recordaba a él mismo, más empatizaba de manera
inexplicable con ese sentimiento que le hacía deshacerse en
lágrimas.
El hombre recobró la
compostura, dedicó una última mirada cargada de añoranza hacia
aquella lápida. Entonces, se volvió y comenzó a encaminar con
pesadez y arrastrando los zapatos cubiertos de barro en dirección a
las puertas del cementerio.
Church permanecía en silencio,
reflexionando sobre lo que acababa de presenciar, y no se percató de
que aquél hombre, mientras camina, lo estaba mirando.
Church notó una extraña
sensación que le hizo alzar la vista, y cuando se cruzó con mirada
del hombre, se quedó helado. Lo había descubierto, pensó, ¿cómo
iba a explicarse? No tenía razón alguna para hacer todo lo que
estaba haciendo. Permaneció inmóvil con la vista clavada en la
mirada de aquél hombre. Parecía más anciano de lo que realmente
era, su expresión cansada no mostraba ningún gesto de sorpresa o
enfado. Sencillamente lo miraba.
Entonces, por primera vez,
habló. Se dirigió directamente a Church, que le miraba sorprendido.
Se acercó a él lentamente, y susurró, con una voz grave y
ligeramente rota.
- Era demasiado pronto- Empezó, lentamente, con los ojos bañados en lágrimas.- Ella era inocente, nunca había hecho nada malo. Ella era la razón por la que tú... Por la que yo nunca desfallecía ante las constantes embestidas de la vida. Fue esa estúpida indiferencia la que nos perdió, esa poca capacidad de ver lo que siempre estuvo delante de nuestras narices, de amar cada detalle. Ahora, gracias a ti... A mi, ya no queda nada de eso. Ya no me queda nada.- Terminó la última frase envuelto en lágrimas, y continuó con su pesada marcha.
Church estaba serio, mirando las
estrellas y sintiendo el aire frío de la noche acariciar sus bellos
erizados. Entonces, mientras aquél hombre atravesaba la puerta para
desparecer entre el caos de la ciudad, Church lo comprendió todo. La
culpabilidad aplastó su conciencia y su mirada se volvió hacia la
lápida en la que se hallaba aquél sujeto hace apenas unos segundos.
Se acercó a ella con respeto y leyó el epitafio.
"Ellizabeth,
cariño mío. Fuiste la luz de mi vida y te apagaste como
se
apaga una débil llama dejando una oscuridad irreparable.
Siempre
serás parte de mi, mi niña. Descansa en paz."
Church ya había comprendido
todo. La incógnita se resolvió al instante. Aquél epitafio encajó
como la última pieza del puzzle.
Entonces entendió lo que debía
hacer, el propósito oculto que lo llevó a hacer todo aquello. El
destino había jugado sus cartas y ahora él tenía una función.
Regresó a casa, besó a su
mujer, con una pasión poco común en él que la dejó sorprendida.
Cogió la mano de su hija con suavidad y la acompañó a la cama. La
tapó bien, la besó en la frente y al oído, con suavidad, le
susurró.
-Buenas noches, Ellizabeth.-
viernes, 14 de junio de 2013
Realidades
La realidad está constituida por varias subrealidades
inexistentes. La realidad que nos hacen creer, la realidad que pasa a través de
nuestros ojos y la realidad subjetiva, que es la de la mente. Y bien, ¿cuál es
la realidad definitiva? cada criatura ve la realidad modelada por el capricho
de los ojos, y contaminada con las inmundicias del subconsciente. De esta
manera, lo que es real es tan relativo como lo irreal. Todas estas realidades
conviven encadenadas la una a la otra,
de manera que si una se desmorona, la realidad deja de ser objetiva en
sí misma. Es decir, cuando una persona es consciente de un hecho del pasado,
pero nadie más es sabedor del mismo, cuando esta persona muere, un pedazo de
realidad se va con ella a la tumba, y tenemos así una laguna en la realidad. De
esta manera se puede deducir que la realidad sólo existe porque nosotros
creemos en ella, de modo que si dejásemos de hacerlo, quedaríamos suspendidos
en un vórtice de caos. Todo esto es por consiguiente, la explicación de que
todo existe porque nosotros queremos que así sea. Si yo tengo un dado en la
mano y no creo en él, ese dado deja de existir en mi realidad subjetiva. Si
nadie en todo el globo terráqueo cree en ese dado, el dado deja de existir en
la realidad subjetiva y en la que nos hacen creer, de manera que por
eliminación desaparece de la tercera realidad, ya que se sustentan la una a la
otra. Así pues, la realidad, al igual que todo, existe porque creemos en ella,
valga la redundancia. La locura individual es la ausencia de realidad
subjetiva, la locura general llega cuando se produce la ausencia de la realidad
que nos hacen creer. No quiero saber qué puede ocurrir cuando la realidad se
desmorone por completo.
domingo, 21 de abril de 2013
Silencio.
Estoy sentado en la oscuridad, completamente sólo. Silencio. Ni un sólo acorde, ni el silbido del viento, nada. Mis pensamientos se acostumbran a la calma. El beso de la locura hace mella en mí, los recuerdos, llegan atropellados a mi mente, seduciendo a la nostalgia, acariciando mis suspiros. Una estrella rebelde brilla sola en el firmamento, entona una triste balada, las nubes no se mecen en el cielo, la noche me arropa. el cielo, vestido con un atractivo vestido moteado con lágrimas. Una explosión de diminutas ánimas nos vigilan con sutileza, indagan nuestros secretos más profundos, sesgan nuestros sentimientos y nos hacen suspirar. El modesto cántico de una joven se cuela a través de mi ventana, penetra en mis oídos, mares de sensaciones acarician el pálido rostro de la desesperación, gritos ahogados colman de soberbia la maldad del oscuro silencio. las lágrimas se mecen en el rostro sediento de la maldad. Me siento mecido por la cálida panacea del último sueño, del último silencio, el más puro de los silencios.
Día 1: otro amanecer.
Fuera, la arena golpea furiosamente las ventanas que aun estando tapiadas con putrefactos pedazos de madera, dejan pasar el terror que asola en las calles. Mi nombre no es importante, en realidad, ni siquiera lo recuerdo. No soy consciente del paso del tiempo, hace años que no veo el agua caer del cielo, los torrentes de agua formados en el lateral de una carretera después de una noche de tormenta, los niños jugando con barcos de papel, las estrellas que antaño explotaban en el firmamento. Ahora todo eso es un absurdo cuento de hadas. La realidad que acontece es triste, irreparable. La locura y el miedo alzan su bandera en esta tierra seca y agrietada, en la que el agua potable es un bien escaso. A veces observo largo y tendido entre las pequeñas grietas de la madera de mis ventanas, buscando un indicio de vida, algo a lo que agarrarme, algo por lo que valga la pena existir. Aún queda vida, claro, pero no de la que yo busco. Lo que ahora puebla las montañas, los bosques e incluso los océanos, parece salido de una pesadilla, una aberración sacada de los delirios de una mente enferma. Seres sin alma, sin sentimientos y sin ninguna clase de humanidad que avanzan sin rumbo alimentados por el deseo de segar las inocentes almas que luchan por ver un último amanecer sobre este desolado lugar. Yo tuve suerte, cuando ocurrió El Incidente, yo caminaba a lo largo de una calle que ahora se ha convertido en mi prisión. Mi hija de seis años caminaba a mi lado, sujeta de mi mano, confiando en que nada podía pasarle, su mirada inocente me perfora el alma cada vez que cierro los ojos. Yo caminaba preocupado por esas tonterías de la vida diaria: el trabajo, la preocupación por no saber a qué hora libraba, la discusión matutina con mi mujer... Ahora que echo un ojo atrás, con tristeza, me siento estúpido por no haber visto lo que siempre estuvo delante de mis narices. La vida es más que un par de horas extra y un desayuno mal digerido a causa de una riña. Ahora nada importa.Mi hija me miraba cuando brilló la primera luz, luego la sucedieron más luces a lo largo del horizonte. La gente comenzó a correr desesperada, el viento comenzó a soplar con violencia, recuerdo que el movimiento de mi corbata golpeaba a mi hija en el ojo, pero a ella no le importaba, porque estaba concentrada en la luz. A mí siempre me hicieron creer que los niños no tienen capacidad de sorpresa, que todo es nuevo para ellos, que sólo los adultos adquirimos esa capacidad cuando creemos haberlo visto todo. Mi hija no era distinta, gracias a esa falta de capacidad de sorpresa, no acabó como los demás. Volvimos a casa, tapié rápidamente las ventanas, ya que en estos casos de desesperación la gente se desprende de su humanidad y el mundo se vuelve un lugar de locos, ladrones y matones. Me quedé abrazado a mi hija, ella no entendía nada pero no parecía asustada. sin embargo yo me encontraba atónito. Finalmente opté por levantarme y mirar por el visillo de la puerta. No me salen las palabras para describir lo que ocurría ahí fuera, ningún cerebro racional está preparado para asimilar semejante información. Mis pupilas se dilataron, se me aceleró el pulso, mis manos comenzaron a temblar con violencia, quería gritarle a mi hija que se tapara los ojos, pero de mi garganta sólo salió un ridículo silbido. Sentí que me faltaba el aire, me tambaleé sobre el habitáculo y finalmente me desplomé sobre el suelo. Lo último que recuerdo antes de perder el conocimiento fue la inocente mirada de mi hija.Cuando desperté unos días después, aunque no estoy seguro del tiempo que duró mi letargo, mi hija ya no estaba. Recuerdo que me dolía mucho la cabeza. Entonces todo lo sucedido anteriormente entró en mi cabeza con violencia, los recuerdos me hicieron gritar de desesperación mientras me golpeaba la frente con las palmas de las manos. No conseguí pensar con claridad, no entendía por qué mi hija no estaba, no entendía qué eran aquellas luces y no quería pensar en lo que vi al otro lado de mi puerta. Pasaron las horas, los días y las semanas. La luz y el agua terminaron por dejar de funcionar. La televisión y la radio murieron desde el primer momento. Al final comencé a salir mediante pequeñas incursiones exploratorias. Mi aspecto era terrible, mi ropa hecha jirones, mi barba sucia y mi pelo grasiento. Primero visité las tiendas, pero como era de esperar ya estaban saqueadas. encontré un almacén subterráneo que abastecía a un supermercado, gracias al cual ahora estoy vivo. Ha pasado mucho tiempo, y algún día tendré que salir de aquí, de esta ciudad fantasma en la que estoy confinado, algún día saldré en busca de respuestas, y con mucha suerte, de esperanzas. Hasta entonces me hallo encerrado en esta ciudad devastada por la locura y el dolor, observando los horrores de este mundo podrido. Mientras pueda, me quedaré sentado, con los ojos cerrados y siendo torturado por una mirada llena de inocencia.
sábado, 26 de mayo de 2012
La noche.
Adoro la noche. La noche es poética. la noche hace visibles las
estrellas, que son almas bailarinas fundidas en la oscura distancia.
Almas que te recuerdan tu pasado, almas, que sin malas intenciones
atraviesan tu corazón dejándote sumido en el más profundo de los
delirios. Un delirio tan doloroso y a la vez tan dulce que te atrapa, te
absorbe y te lleva épocas lejanas, hace que el tiempo se cierre en tu
mente y da lugar a mundos de deseos, mundos de ilusiones y
esperanzas que se evaporan con el primer destello del alba,
haciéndote saber que jamás serán sentenciados, pero que a su vez,
siempre serán recordados.
Soledad.
La soledad arrecia. Chirivitas centelleantes de culpabilidad rodean mi alma. Placeres inocuos, ilusiones que se evaporan en un instante. Ojos que aguardan serenos la llegada del llanto.
La locura, que te invita a bailar con ojos que demuestran lascivia. Gritos lastimeros que no cesan, el deseo de volver atrás hiere mis entrañas. La tristeza se vuelve seductora.
El futuro, ante mis ojos, se torna oscuro. Cada paso que doy me guía al precipicio. Ofrecerle mi alma al diablo, aunque sucia, no merece otra cosa. El recuerdo de tiempos mejores sesga mi mente.
Cada noche, una muerte. Busco esa luz cegadora y hermosa que me indique que las cosas cambian, pero cada día, todo se oscurece, más y más. Se quiebra el ocaso.
Miro adelante, fuego en el estómago, ira en mis ojos. Estoy perdido, y ya no existen caminos.
La locura, que te invita a bailar con ojos que demuestran lascivia. Gritos lastimeros que no cesan, el deseo de volver atrás hiere mis entrañas. La tristeza se vuelve seductora.
El futuro, ante mis ojos, se torna oscuro. Cada paso que doy me guía al precipicio. Ofrecerle mi alma al diablo, aunque sucia, no merece otra cosa. El recuerdo de tiempos mejores sesga mi mente.
Cada noche, una muerte. Busco esa luz cegadora y hermosa que me indique que las cosas cambian, pero cada día, todo se oscurece, más y más. Se quiebra el ocaso.
Miro adelante, fuego en el estómago, ira en mis ojos. Estoy perdido, y ya no existen caminos.
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